12 jul 2015

Mi Tierra


     Más de una vez me propusieron salir, no entienden que estoy cómodo. Cuando más intenta uno ser se da cuenta que ahí no puede. Las personas están hechas para estar solas a la larga, apenas se puede confiar en la existencia del pensamiento ajeno, cuando se pasa un tiempo en mi situación uno se da cuenta que puede ser uno nuestro descontrolado, por miedo a estar solos. A la larga todos notan que están en mi estado; por eso sé que aunque intente salir no voy a volver. Nada más hay que ampliar un poco la vista para ver que la distancia que nos separa del resto puede ser un país diferente, y al verlos a ellos tan juntos te das cuenta que no tienen la capacidad para ver como yo veo. No logran ser porque están juntos, para mí son lo mismo. No pueden ser porque no están aquí, y sólo yo estoy aquí.
     Cuando uno empieza a desarrollar esta vista más amplia se da cuenta que hay mucho espacio entre uno y todo. Primero siente cómo el resto se aleja, y después uno se empieza a alejar cuando el resto se entera de su visión y lo excluye. Después, cuando el tamaño es más importante, con un poco más de atención se pueden ver las fronteras. Dentro uno es. Tan firmes son las fronteras que al borde uno todavía se siente alejado del resto, como si no fuera tan sencillo salir. Pero atravesarlas implica la pérdida de esta amplitud.
     Mi tierra es a su modo confortable. Tal vez porque es mía, o sólo me olvidé de cómo es vivir afuera. Parece que no hay nada para hacer pero eso ya es hacer algo, y nunca aburre. Si se pasea por ahí se descubren nuevos lugares que se habían olvidado. Algunos aparecen de a poco siguiendo un sonido que se hace más fuerte según se avanza. Si el sonido es muy agudo, se sabe que va a hacer frío, si es grave va a hacer calor. Pero nunca pasé mucho tiempo en ninguno. Uno se puede quedar sentado en algún lado y puede ver cómo la luz se divide en columnas, y cómo van cambiando de tonalidad; con suerte y tiempo se termina escuchando un río, pero hasta la respiración lo interrumpe.
     Usualmente está oscuro. Aunque a veces yo logro iluminarlo en general recibe luz de afuera. Entre las luces que caen del cielo se forma un bosque. Igual terminé acostumbrándome a la falta de luz y puedo leer en la oscuridad. Los libros los encuentro tirados en el suelo, algunos enterrados. Inclinándome encuentro en la tierra formas interesantes, cuando termino de clasificarlas cambian hasta terminar desapareciendo; Como para encontrarse con una se necesita suerte, me tiro al suelo y comienzo a mover la tierra para hacer nuevas. A veces salen bichitos, gusanitos, pero hasta ahora ninguno me ha dejado verle lo suficiente, y vuelven meneándose para abajo. Así encuentro los libros, los desentierro y en el momento los leo, cuando los termino los vuelvo a enterrar; pasa mucho tiempo hasta que lo encuentro de nuevo y para entonces ya me los olvidé. Todo sería monótono si no se olvidaran las cosas.
   
     Creía que yo conocía toda mi tierra, pero hace un tiempo me encontré con un pozo enorme en el suelo; es más oscuro que la oscuridad a la que estaba acostumbrado. Casi me caigo en él, ignoraba totalmente su presencia. Tal vez apareció de un día para el otro, imperceptible. De vez en cuando lo miro, pero entrar me es imposible.
     Con el pozo me di cuenta que mi tierra era más grande e impredecible de lo que di por seguro. O tal vez más inestable. Si en algún lugar había un pozo que nunca habia visto quiere dedcir que ese lugar nunca lo había visto, y si nunca vi ese lugar entonces puede haber otro lugar que nunca haya visto. Y si el pozo fuese sino un fenómeno que sucedió de la nada, entonces ahora podía estar naciendo otro pozo y otra montaña. O tal vez son ambas opciones, y en mi tierra se forman de la nada agujeros, montañas, precipicios, biomas, y tal vez todavía hay lugares de mi tierra que no conozco, y también hay lugares que no conozco dentro del pozo, y allí también se forman pozos, montañas, precipicios y biomas.
   
     Cada cierto tiempo voy a visitar el pozo. No me acostumbro a verlo. Aunque sé que sigue igual porque lo medí, cada vez me parece más grande. No importa cuánto lo mire, cuán profundo, cuán oscuro, sigue siendo un misterio. Y no me atrevo a bajar.
 
     Estaba corriendo la tierra pensando en el pozo, en su inmensidad aparente y su inmensidad secreta; en su contenido, en su relevancia en mi tierra, y encontré escarbando un objeto duro, que resultó ser un ejemplar que había leído hace un tiempo. No recordaba nada de él más que sus tapas. Cuando leí el título recordé el título, cuando leí el autor recordé el autor. Cuando lo abrí recordé el estampado del interior de sus tapas, recordé la hoja blanca esa que nos separa de la que nos repite el título y el autor. Cuando lo leí lo recordé, a palabras, nunca entero de una vez. Entonces se me ocurrió que tal vez el pozo ya lo había visto, pero me lo había olvidado, por eso cada vez que me lo encontraba me sorprendía su diámetro. Pero es verdad que el pozo no me recordó al pozo; la primera vez que lo vi no me trajo ningún recuerdo y desde entonces no volví a olvidármelo.
     Tal vez había más sorpresas en mi tierra además del pozo, pero me la olvidaba y no volvía a verlas. Por un tiempo llevé conmigo un cuaderno y anoté lo que vi. No había nada extraño, más que el pozo, al que recordaba. Cuando releí la lista sólo me había olvidado unos cuantos libros y algunos árboles curiosos que se formaron entre las columnas de luz.
   
     Fue por el pozo que un tiempo creí haberme dado cuenta de no estar solo. Mi curiosidad por el agujero aumentaba así que cada vez pasaba más tiempo mirándolo; escarvaba a sus lados, arrojaba objetos que nunca oí caer, me sentaba en los bordes con los pies colgando y estiraba inclinado las manos para tocar sus paredes. Tuve un escalofríos, me quedé quieto, tenía la sensación de ser espiado. No sabía quién era y qué hacía en mi tierra, pero conocía sus intenciones, quería empujarme al pozo. En cuanto me descuidara no iba a perder tiempo, era lo suficiente rápido. Ya tenía sus manos en mi espalda, pero cuando me volteaba a verle desaparecía. Podía sentir su ansioso aliento contra mi cuello cada vez que me inclinaba al agujero.
     Entonces cada vez iba menos a verlo, sabía que el otro me esperaba. En realidad desde las paredes de mi casa me susurraba tratando de convencerme de ir a verlo. Era sólo el flujo de su aliento si no se prestaba atención, pero sabía yo que quería llevarme al pozo para empujarme. Cuando iba me quedaba por menos tiempo, me sentaba frente a él metiendo mis dedos en la tierra; en cuanto sentía que comenzaba a hacer fuerza me tiraba para atrás, me levantaba, y me iba.
     Después dejé de ir al pozo. Me alegraba saber que mientras él más cerca me quería yo más me alejaba. Pero aunque me quedara excluido en mi casa todavía insistía. Su aliento se escuchaba más fuerte y molesto; primero eran susurros que trataban de persuadirme, ahora eran gritos impacientes que me amenazaban. Comenzó a dar golpes en las puertas, pisadas fuertes y arrastraba objetos contra suelos y paredes. Terminó golpeando la puerta de la habitación en la que estaba. No entró, ni le abrí, ni me moví de la esquina.
   
     Ahora voy a ver el pozo con la misma frecuencia de antes, tal vez con más ímpetu y menos rechazo de adentrarme en él. Sé que en mi tierra estoy solo.          


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